miércoles, 9 de julio de 2014

Desastres meteorológicos.

Era un desastre, un completo desastre. Era como esos tornados que al pasar dejan todo destrozado pero con una pequeña diferencia, los destrozos tan sólo tenían una víctima (y siempre era la misma): ella misma.
A menudo esos destrozos venían dados por inundaciones; inundaciones de recuerdos. De cuando veía atardecer en compañía. De cuando tenía una mano que encajaba a la perfección con la suya. Recuerdos de lo que tuvo y perdió; recuerdos de aquello que dejó ese horrible vacío en su interior.
Vacío que ella catalogaba como agujero negro. Agujero negro que era capaz de absorber cualquier pizca de positividad que tuviera el valor de entrar en su vida.
A veces le pasaba, le pasaba que le llovían gotas de felicidad, de positividad. Pero ese agujero lograba absorber todas ellas, sin dejar rastro alguno.
Y, finalmente, se decidió. Dejó que el volcán de su interior erupcionara y quemara todo lo que tuviera a su paso. 
Dejando tan sólo ruinas de todo lo que llegó a ser. 

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