sábado, 14 de junio de 2014

Viajes sin vuelta

Y es que después de cada promesa rota, de cada te quiero con tono de mentira; después de que me rompieran el corazón o el alma; después de que los besos fueran amargos, con un regusto de "puede ser el último"; después de cada herida se reabriera o de que aparecieran nuevas; después de romper en pedazos aún más pequeños los pedazos ya existentes; después de cada golpe, de cada caída; siempre aparecías tú.
Jamás he sido de creer en las casualidades, prefiero llamarlo destino; que si algo me pasa sea porque tiene que pasarme. Así que me justifiqué a mi misma que si aparecías tanto, quizás fuera porque te necesitaba. Que si me querías de esa forma, y aparecías siempre que el dolor se apoderaba de mi, algo tenía que significar. Y, me plantee, que si yo debía dejarme embaucar por todos esos hechos; si debía creerme que tú me querías o si eras como todos y me acabarías dejando sola. Pero, como siempre, sucedió lo inevitable y me enamoré de ti. Y me dejé llevar. Y tanto me dejé llevar, que ahora me he ido contigo y ya no puedo volver.

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